Los “policías  federales” que tomaron las instalaciones de la Compañía de Luz y Fuerza  del Centro la noche del 10 de octubre de 2009 en realidad eran soldados  disfrazados, según se desprende del testimonio de un teniente de  zapadores que semanas después fue sometido a la justicia militar por  “abandono de servicio de armas”. Marcos Gerardo Espinosa Pérez, quien  hoy se encuentra libre bajo caución, comenta que así como esas mentiras  del gobierno federal hay otras: por ejemplo, hablar de policías  federales caídos cuando en realidad se trata de militares.
Eran  las 11 de la noche del 10 de octubre de 2009 cuando varios batallones  militares disfrazados de policías federales tomaron las instalaciones de  Luz y Fuerza del Centro en la Ciudad de México. Una hora después, justo  a la medianoche, el gobierno calderonista anunció la extinción de la  dependencia y adelantó su fusión operativa con la Comisión Federal de  Electricidad (CFE).
Los militares tomaron de manera simultánea las  instalaciones estratégicas de la compañía en varias entidades para  evitar que los trabajadores boicotearan el suministro de energía  eléctrica en el centro del país.
La noche de ese sábado 10 de octubre  cientos de militares disfrazados de agentes de la Policía Federal (PF)  llegaron al edificio de Marina Nacional y Circuito Interior en la Ciudad  de México y se apoderaron del Centro de Operación y Control de Luz y  Fuerza. Tras desalojar a una veintena de trabajadores ocuparon las  oficinas administrativas y desplegaron un cerco ante una eventual  embestida del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME).
Dos días  después, con base en datos de la Secretaría de Seguridad Pública,  Reforma informó que efectivos de la Unidad para el Reestablecimiento del  Orden Público supervisados desde un helicóptero por el comisionado de  la PF, Facundo Rosas, tomaron las instalaciones en sólo cinco minutos.  El funcionario reportó el operativo a su jefe Genaro García Luna en  tiempo real.
Sin embargo, de acuerdo con un expediente de justicia  militar elaborado a partir de los testimonios de algunos soldados que  participaron en aquel sabadazo, las unidades militares fueron  concentradas desde temprano en el Centro de Mando de la PF en  Iztapalapa. Ahí, precisa el documento, se les dotó de uniformes de la PF  nuevos y equipos antimotines.
El teniente de zapadores Marcos  Gerardo Espinosa Pérez, en ese tiempo comandante en el Tercer Batallón  de Ingenieros de Combate de Santa Lucía, Estado de México, expuso, por  ejemplo, que él participó en las operaciones de resguardo de  instalaciones en el Valle de México e Hidalgo. La participación de  tropas del Ejército disfrazadas de policías federales, dijo, se prolongó  varios meses:
“Yo creía que eso era ilegal. Cuando me dijeron que  iba como PF le pegunté a mi comandante si íbamos a reprimir una huelga. Y  como somos un batallón de armas, entonces exigí mi nombramiento y sólo  recibí una respuesta verbal: es una orden.”
Misión cumplida
Las  imágenes de la incursión policiaca fueron ampliamente difundidas, en  especial los videos entregados a El Universal, que los subió a su portal  de internet un día después del operativo.
Los supuestos policías  federales llegaron a las oficinas centrales de la empresa, en la capital  del país, a bordo de patrullas y autobuses particulares. La ocupación  se diseñó por medio del monitoreo de las cámaras de vigilancia urbana y  se coordinó con sobrevuelos de helicópteros.
Tras su arribo al  edificio de Luz y Fuerza, las tropas cercaron el inmueble. Minutos  después llevaron varios tráileres con mamparas metálicas y en tres horas  montaron un muro de contención. Luego los mil 500 elementos se  desplegaron en el interior del inmueble y reforzaron la vigilancia en  las zonas de acceso.
El testimonio del teniente Espinosa Pérez deja  en claro que los supuestos policías federales en realidad eran soldados  zapadores de combate entrenados en el uso de explosivos, apoyos  logísticos, atrincheramientos y fortificaciones para enfrentamientos  armados.
El despliegue militar se realizó del modo similar en las  instalaciones de Luz y Fuerza del Distrito Federal, el Estado de México,  Puebla, Morelos e Hidalgo. En ninguno de esos puntos encontraron  resistencia.
En la Ciudad de México los integrantes del SME optaron  por concentrarse en su edificio gremial, en Insurgentes Sur. Desde ahí  los líderes llamaban a sus afiliados a no caer en provocaciones:
“La  verdad, durante el tiempo que duré, lo único que hacían era que iban y  colocaban sus mantas. Yo nunca vi que hubiera violencia ni agresiones  como para enviarnos pues, aunque desarmados, somos soldados de armas.  Ellos exigían lo que les correspondía, pues. Nunca nos agredieron”,  según el reporte del teniente Espinosa.
–¿Usted ya estaba ahí como policía federal? –pregunta el reportero al militar.
–Nada  más disfrazado, sin ningún oficio de comisión a la PF, con el mismo  sueldo y 30 pesos (diarios) de raciones en cheque que teníamos que ir a  cobrar a un banco (para adquirir alimentos).
–¿Cómo les pagaban la nómina?
–A  unos en depósito y a otros en cheque, pero las raciones las manejaba un  intendente, que nos daba un cheque que teníamos que cobrar en  Banjército por ser comandantes de destacamento. Con el efectivo  pagábamos a los soldados las raciones. Era lo único que nos daban.
“Estábamos  en condiciones infrahumanas. Los muchachos dormían en el suelo,  principalmente en los baños, junto a las tazas o en las regaderas.  Podían llevar algún colchón o cobija comprados con su dinero, pero no  podíamos llevar ningún equipo militar, porque la misión era que nadie se  diera cuenta de que éramos militares.”
–¿Cuántos elementos eran?
–Mi  batallón estaba orgánico, desplegado. Unos 800 elementos, más otros  regimientos. Por la zona militar había bastantes. Pero la orden era no  dejarlos entrar (a los trabajadores) y que se mantuviera en secreto (que  ellos eran soldados).
Sobre los 30 pesos de ración abunda:
“Es  una cantidad que nos corresponde, pero como estábamos en esa situación,  no sé si Luz y Fuerza o la CFE nos daban unos alimentos pagados; no sé  de qué área del gobierno, y nos daban en especie.
“Fue de las cosas  que nos daban en especie y eso también me obligó a exigir. Cuando es en  especie, a veces faltan cosas, hay que procurarnos más cosas. Tampoco  había sanidad, teníamos que conseguir algún medicamento… había muchos  motivos urgentes y necesarios para salir (de las instalaciones).”
Durante  los meses que estuvo disfrazado de policía federal, el teniente  Espinosa fue removido a diferentes instalaciones: de Tultitlán y  Ecatepec, en el Estado de México, a Tizayuca, Hidalgo. En ese último  destino sus superiores encontraron un pretexto para someterlo a la  justicia militar.
Los “crímenes” del teniente
En marzo de  2010 el teniente Espinosa Pérez había hecho varias observaciones a sus  superiores sobre las condiciones en que estaban los soldados a su cargo.  Acostumbrado a invertir de su bolsa, como la mayoría de los comandantes  del Ejército, el teniente utilizaba su auto particular para desplazarse  y se comunicaba únicamente con su teléfono celular.
Cuando explicaba  las razones de sus salidas para ir a Banjército, comprar víveres para  sus hombres o medicamentos, siempre se ponía en contacto con el mando a  través de su teléfono. Una vez, estando en Tizayuca, perdió la  comunicación porque se le acabó el saldo. Eso motivó que lo acusaran de  abandono de servicio de armas.
“Mi salida de las instalaciones fue  una necesidad. Todo comandante tiene la obligación de cumplir la misión,  pero viendo por su gente. Para cumplirla se requieren factores de  alimentación, comunicación, buena moral. La comunicación, cuando es  mala, pone en riesgo la misión y a la gente. Uno puede hablar de un  teléfono y se pueden captar cosas, alguien puede escuchar. La  comunicación militar debe ser rápida, directa y segura.
“Yo no tenía  comunicación, porque era mi teléfono personal, era del Valle de México y  no tenía saldo. Perdí comunicación con el mando en la Ciudad de México.  Cuando pude recargué 20 pesos; al regresar, ya me estaban esperando  para llevarme a un Ministerio Público militar.”
Ante la fiscal  castrense el teniente Espinosa explicó su situación y aprovechó para  narrar el resto de las deficiencias, así como las condiciones en que él y  sus subordinados se encontraban, en un intento por demostrar que no  estaba en “un servicio de armas”, sino de disfraz. La fiscal recriminó  al teniente; le dijo que no parecía educado en el Colegio Militar.
“Se  lo dije ahí, lo he repetido en los juicios y lo sostengo: están muy  equivocados si creen que ser del Colegio Militar implica estar callado,  sumiso, aceptando injusticias. Debo ser disciplinado y honorable, por  eso no puedo ser agachado”, advierte el entrevistado.
Por la falta de  saldo, el teniente Espinosa Pérez es procesado en el Juzgado Cuarto  Militar, donde se radicó el expediente 248/2010, en el que se hallan  asentados documentales y testimonios que confirman la presencia militar  con disfraz de PF en las instalaciones de Luz y Fuerza.
En mayo de  2010, dice, se trasladó a una base militar de Irapuato a visitar a su  hijo de tres años procreado con una capitana odontóloga del Ejército.  Había acordado con su pareja que visitaría al menor como cada semana,  pero esa vez, cuando se aproximaba a la puerta de las instalaciones, la  mujer gritó que se quería robar al menor.
Dice que los policías  militares le pidieron detenerse. Él aceptó. Recuerda que comenzaron a  llegar oficiales de más alto rango, hasta que el coronel José Raúl  Celedón, juez militar, amenazó con procesarlo por insubordinación.
“Le  dije que era una violación a mis derechos, pues en todo caso se trataba  de un asunto familiar y yo tenía derecho de visita y convivencia con el  niño. Pero así es en el Ejército, deciden hasta en derecho de familia”.  El pequeño estaba asustado y lloraba, comenta, por lo que se lo regresó  a su madre. La mujer no lo denunció.
Por esos días el teniente fue  enviado a Miahuatlán, Oaxaca. Quedó bajo las órdenes de un amigo de  Celedón, hasta que éste lo acusó de insubordinación por el incidente de  Irapuato. El coronel dijo que Espinosa Pérez lo había amenazado de  muerte.
“Con el poder que tienen los generales y conociendo al  Ejército, ¿usted cree que por más enojado que estuviera iba a amenazar  de muerte a un oficial”?, cuestiona el teniente.
Una patrulla de  Policía Militar llegó por él en mayo de 2010 a Miahuatlán. Fue  trasladado a la Ciudad de México donde además del proceso por abandono  de servicio hoy enfrenta la causa 154/2010 en el Juzgado Sexto Militar.  Desde el incidente en Irapuato no ha vuelto a ver a su hijo.
Montaje y negligencia 
Disfrazar  a militares de policías se ha vuelto una práctica común en el gobierno  de Felipe Calderón, aun en los operativos contra el narco. El teniente  Espinosa asegura que muchos de los muertos en esa guerra que se cuentan  como elementos de la PF, en realidad eran soldados disfrazados.
Egresado  del Heroico Colegio Militar, con 19 años de servicio y una hoja  inmaculada hasta antes de su detención, Espinosa Pérez asegura que jamás  tuvo problemas de ningún tipo, mucho menos deserciones, heridos o  muertos entre sus hombres. Todo comenzó, dice, cuando lo enviaron al  servicio de la PF que no le correspondía.
Hoy forma parte del  Agrupamiento de Militares Procesados Libres Bajo Caución de la Primera  Región Militar, asentado en el Campo Militar Número Uno.
Se describe  como zapador, ciento por ciento de armas. Y cuenta: “Soy operativo. Le  voy a comentar algo: muchos de los operativos, por falta de una cabeza  lógica, sana y limpia, llegan a realizar asaltos. No se hace estudio de  inteligencia. Matan y dicen que el muerto es narcotraficante. Todos  sabemos que se debe hacer un estudio de inteligencia antes de hacer una  tontería.
“He sido instructor en el Colegio Militar, también docente,  siempre instruí lo mejor que pude. En el Ejército hay gente  profesional, lo que falta es quitar lo arbitrario, lo corrupto y muchos  vicios.”
–¿Cómo piensan los generales?
–Es una mentalidad muy  negativa, cerrada y posesiva. Ellos mandan y se hace lo que dicen. Si un  general se equivoca, vuelve a mandar; las consecuencias son siempre  para los de abajo. Si uno es comandante y se te muere alguien, es tu  culpa, no de quien dio la orden.
La situación de Espinosa Pérez es  peculiar. Traído de Miahuatlán cuando se encontraba franco, no pudo  recoger sus posesiones, pero le han exigido que porte uniforme,  insignias y credenciales en las diligencias. No puede ir por ellas, pues  si va más allá de 80 kilómetros se configura el delito de abandono de  plaza. Si usa un uniforme ajeno, también es delito.
Asegura que en el  caso de abandono de servicio, el juez ya se dio cuenta de que no era un  destacamento de armas, que los documentos aportados por la fiscalía en  su contra no tenían firmas ni sellos, que estaban hechos al vapor,  incluso tenían fechas equivocadas.
“Yo, la verdad, sí pedí que me  aclararan la situación (de la asignación a PF) porque creía que era una  cosa ilegal. La huelga… la protesta es una cosa normal del trabajador  que quiere defender su trabajo, y en el Ejército estamos para garantizar  la seguridad interna y externa de la nación, no para reprimir  trabajadores. Pienso que por eso empecé a tener problemas con el mando,  porque no me gustaba someterme a esas órdenes.”