Periódico La Jornada
Miércoles 16 de enero de 2013
Miércoles 16 de enero de 2013
Ayer, al concluir el
plazo formal para la presentación de amparos contra las reformas a la
Ley Federal del Trabajo promulgadas en noviembre de 2012, fuentes del
Poder Judicial informaron que se habían recibido más de un millón 120
mil recursos jurídicos sólo en la capital del país, interpuestos por
gremios –entre los que destacan electricistas, telefonistas,
trabajadores universitarios y el magisterio independiente– y por miles
de empleados en lo particular. Varias organizaciones sindicales han
acompañado la gestión legal con movilizaciones en varios puntos del
país.
Quedó de manifiesto, así, que entre los asalariados del país es
sólido y claro el rechazo a esa modificación legal que representa un
retroceso a los derechos laborales de la población –por vía de la
legalización de los contratos a prueba, la subcontratación y el pago por
hora, entre otras disposiciones–, coloca a los asalariados en un estado
de desprotección aún mayor que el que han padecido con las sucesivas
administraciones del ciclo neoliberal, y refrenda el control ejercido
por los intereses patronales y por el charrismo sindical en las instituciones y la clase política.Desde que se inició el proceso de discusión legislativa en torno a esta reforma, en septiembre de 2012, se advirtió que no sólo resultaba lesiva al espíritu y la letra de los ordenamientos constitucionales en materia laboral, sino que contravenía los supuestos propósitos de la propia iniciativa: impulsar la creación de empleos, la competitividad y la productividad en la economía nacional. En efecto, la pretensión de debilitar la fuerza de trabajo y despojarla de garantías reduciría el poder adquisitivo de la mayoría de los asalariados del país y reduciría, en consecuencia, el mercado interno.
La reducción de esa brecha social, política e ideológica entre la sociedad y sus cúpulas institucionales debiera ser un propósito central de la clase política y de la presente administración federal, por cuanto puede agravar la crisis de representatividad y reducir los márgenes de gobernabilidad.
En tal circunstancia, resulta insuficiente la afirmación de que el gobierno federal respetará los fallos del Poder Judicial sobre los referidos amparos –como señaló ayer la Secretaría del Trabajo y Previsión Social–. En vez de esperar a tales resoluciones sería preferible que los poderes Ejecutivo y Legislativo mostraran sensibilidad y altura de miras, rectificaran los términos en los que fue aprobada la reforma laboral y enmendaran de nueva cuenta el marco regulatorio en materia de trabajo, a fin de restituir los derechos y conquistas laborales eliminados. Si el desempeño de las bancadas legislativas en las semanas recientes se ha caracterizado por un ritmo vertiginoso en la discusión y aprobación de reformas legales –casi siempre en perjuicio de las mayorías y a contrapelo del sentir mayoritario– no hay razón para no actuar de la misma forma, pero esta vez para corregir una injusticia, un error político y un atropello a los trabajadores del país.
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