Publicado por Contralìnea.
Seccion. Opinion
Autor: Marcos Chàvez
Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas
El proceso electoral ha devenido en un degradado e insustancial 
espectáculo mercadotécnico, perturbado por el bloque dominante, el cual 
interviene descarada e ilegalmente para promover y tratar de asegurar el
 triunfo de los candidatos de la derecha que les garantizarán el control
 de la Presidencia (Enrique Peña Nieto) y el Congreso (partidos 
Revolucionario Institucional, PRI, y Acción Nacional, PAN) y, por 
añadidura, la continuidad transexenal de su proyecto 
neoliberal-autoritario que les ha redituado enormes beneficios, lícitos e
 ilícitos. Esto ante la indolencia, la complicidad y la impotencia de 
las autoridades del ramo, que nada relevante han hecho para aplicar la 
normatividad, comportamiento que manifiesta el avasallamiento de 
Leonardo Valdés y sus muchachos ante los grupos de poder, los límites de
 las leyes electorales y las regresiones que le han impuesto desde el 
Legislativo. El Ejecutivo es el primero que debe respetar dichas leyes, 
merced a su investidura. Pero Vicente Fox y Felipe Calderón, por 
ejemplo, han sido los primeros en violentarlas, sin que hayan sido 
sancionados debido a los vacíos y las ambigüedades de las reglas y la 
negligencia de los cancerberos, lo que les ha permitido actuar y 
pasearse impunemente aunque lleven sobre sus espaldas el estigma de 
delincuentes electorales.
Como en el pasado, gracias a esa intromisión que impone las verdaderas reglas del juego, las campañas evolucionan en una competencia desigual, tanto en el uso de recursos de dudosa procedencia como en el acceso a los medios de comunicación, sobre todo en los oligopolios televisivos regenteados por Ricardo Salinas Pliego y Emilio Azcárraga, miembros de la mafia oligárquica que busca convertir en presidente a Enrique Peña, en detrimento de los aspirantes progresistas, la propaganda negra, la manipulación de la información y otras anomalías que refrendan palmariamente la inexistencia de la democracia electoral, la permanencia de las prácticas autoritarias que privan en el conjunto del sistema político mexicano.
Como en el pasado, gracias a esa intromisión que impone las verdaderas reglas del juego, las campañas evolucionan en una competencia desigual, tanto en el uso de recursos de dudosa procedencia como en el acceso a los medios de comunicación, sobre todo en los oligopolios televisivos regenteados por Ricardo Salinas Pliego y Emilio Azcárraga, miembros de la mafia oligárquica que busca convertir en presidente a Enrique Peña, en detrimento de los aspirantes progresistas, la propaganda negra, la manipulación de la información y otras anomalías que refrendan palmariamente la inexistencia de la democracia electoral, la permanencia de las prácticas autoritarias que privan en el conjunto del sistema político mexicano.
El desprecio que les merecen las leyes, la población y el remedo de “democracia” electoral a los hombres de presa
 –que han ampliado turbiamente sus negocios y abultado sus fortunas con 
la rapiña de los bienes nacionales, protegidos por los ejecutivos y los 
congresistas priístas-panistas– se evidencia con su decisión por 
anteponer sus intereses político pecuniarios a los electorales, la 
pluralidad social, la democratización y el libre acceso a los medios.
Como es natural, el PRI y el PAN se han postrado servilmente ante 
ellos, por el terror que les causa su marginación de las pantallas, y el
 oportunista deseo de que, a cambio de sus favores, protejan y 
beneficien a sus candidatos. Esa actitud es sobre todo “normal” para el 
Revolucionario Institucional, ya que le ayudaron a fabricar a su delfín,
 se lo arropan, proyectan su estatura como en el teatro de sombras chino
 y harán cualquier cosa con el objetivo de llevarlo a la Presidencia. El
 silencio guardado por Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota ante las 
provocaciones de esos enemigos de la democracia, los efectos perniciosos
 de sus oligopolios o su enriquecimiento oscuro, es una manifestación de
 su temeroso agradecimiento.
Los intereses mafiosos se han impuesto sobre el estado de derecho y el bien común.
La higiénica protección creada alrededor del priísta Peña Nieto y 
la panista Vázquez Mota está justificada. Su rancio conservadurismo de 
escapulario, su ignorancia supina, sus inclinaciones autoritarias y 
neoliberales, brillarían en todo su esplendor, lo que provocaría su 
derrota electoral. Evidenciarían el peligro que representan para la 
nación por los intereses que defienden y su incapacidad para dirigir el 
destino de una nación urgida de cambios progresistas, de democracia, de 
libertades, de laicismo, de bienestar, de estado de derecho, de 
justicia, de dignidad, de soberanía, después de 30 años de pillaje y del
 oscurantismo de los gobiernos autoritario-neoliberales 
responsables de nuestras desgracias. Ambos patentizan que la derecha 
ultramontana carece de candidatos con la suficiente estatura para 
aspirar a la Presidencia de la República sin necesidad del delincuencial
 apoyo gubernamental y de los grupos de poder. Por esa razón se les 
lleva de la mano por escenarios artificiales a modo, con auditorios 
cómodos, distantes del grosero pópulo o de quienes dejarían en claro su 
mediocridad, con guiones preparados y apuntadores, circunstancias que, 
empero, no han impedido que se tropiecen a cada rato con sus propias 
lenguas, con su trivialidad clasista, sus escasas luces y su 
insignificancia política.
Pero las elites no quieren hombres de Estado. Son peligrosos para 
ellos. Desean ejecutivos de utilería, siervos que cumplan sus mandatos 
como lo hicieron los inescrupulosos priístas, el zafio Vicente Fox y lo 
hace ahora Felipe Calderón. A veces el perro no muerde la mano de su amo. Peña y Vázquez son agradecidos. No los critican. Justifican sus pendencias.
La política, la confrontación de ideas sobre los problemas 
nacionales, la exposición y discusión de los proyectos y las 
alternativas, han sido sustituidas por la esperpéntica y saturada 
propaganda intrascendente, deliberadamente carente de contenidos, 
irritante hasta el hartazgo. Se agota entre los elogios de sí mismos y 
las más desaforadas y superficiales promesas que se les ocurren –Enrique
 Peña Nieto las refrenda por escrito, Josefina Vázquez Mota a la 
palabra, al cabo, son barridas por el tiempo o se traicionan 
inmediatamente, según las abyectas enseñanzas de los aspirantes 
predecesores de sus propios partidos, una vez encaramados en la silla 
presidencial–, las cuales son presentadas en el mercado de las ilusiones como si fueran las ofertas más novedosas para acceder al paraíso perdido,
 con el objeto de seducir a los votantes, reducidos a la calidad de 
lisiados mentales, patológicos consumidores dispuestos a adquirir cuanta
 bisutería se les ofrece. Que se disuelve lastimosamente sin dejar 
huella en la efímera hoguera de las vanidades de los candidatos de la derecha, cuyas soporíferas campañas discurren entre la frivolidad, el baño en las dudosas aguas de sus virtudes y la exaltación de gobiernos priístas y panistas quiméricos.
Enrique y Josefina son hermanos siameses. Pero aquél fue elegido por los señores de horca y cuchillo para encumbrarlo y ella fue condenada a despeñarse; tiene que morir para que otro se yerga sobre su cadáver.
 Pese a que ambos adolezcan del mismo defecto congénito: políticamente 
son anoréxicos; carecen de un proyecto original; sus supuestas de 
gobierno se desvanecen en el aire. Aquél me recuerda a Homero Simpson o a
 Carlos V, pero esto lo trataré después. Ella, con su sonrisa postiza, 
similar a la del gato Cheshire: “¡Vaya! –se dijo Alicia–. 
He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa sin 
gato! ¡Es la cosa más rara que he visto en toda mi vida!”.
Más allá de su sonrisa, que a estas alturas es una mueca 
desesperada, impotente, se atisban sombras difusas y espectros. Los 
tonos grisáceos de su irrelevante formación como economista (no se le 
conoce algún trabajo publicado en la materia; sólo se sabe de sus obrillas Los pioneros de Comex; Dios mío, hazme viuda por favor; y La mariposa blanca y el pato,
 aunque se desconoce si alguna vez las leyó, como le sucedió a Peña 
Nieto con las suyas; supongo que ninguna de ellas le sirvieron para 
comprender a la economía y la política mexicana) y de su carrera 
política. Como diputada y secretaria de Estado no dejó huella. Los 
“éxitos” sociales que se endosa son engañabobos. ¿Un piso de cemento o 
una beca redujo la miseria y acabó con los microbios como dice? La baja en la pobreza sólo fue un truco estadístico.
Su único mérito fue su desafío a Felipe Calderón, su triunfo sobre el patiño
 Ernesto Cordero y obligarlo a que aceptara, contra su voluntad, su 
candidatura. Lo mismo que hizo Calderón Hinojosa con Vicente Fox. Pero 
mientras el guanajuatense, a regañadientes, aceptó el resultado y puso a
 la disposición del michoacano el aparato partidario y el gubernamental,
 Felipe Calderón se ha convertido en un obstáculo para Chepina. A
 partir de ese momento ha sido el derrumbe. Es víctima de su impericia, 
de un incompetente, desarticulado y dividido equipo, de una campaña 
errática, de la crisis y las divisiones del PAN, en víspera del 
desastre. Su nave naufraga y se hunde en la soledad, abandonada a su suerte. Para crecer requería cortarse el cordón umbilical
 de Calderón, cometer el parricidio político como hacen los priístas, 
asumir su autonomía, criticar al menos parte de la herencia nefasta del 
calderonismo, consolidar alianzas y lealtades, afianzar su liderazgo.
Pero como dice Alicia: su “pobre memoria sólo funciona hacia
 atrás”. Decidió cargar con los aspectos. Ampararse a la sombra de 
Felipe Calderón. Sumisa, aceptó sus reglas, el uso de la publicidad 
sucia al estilo del falangista Antonio Solá, la interferencia en su 
equipo con la presencia de Gustavo Madero y Francisco Ramírez que ahondó
 la crisis y que, ante el barco que se hunde, lo abandonan como 
las ratas, de Juan Molinar y su criminal corresponsabilidad en la muerte
 de los infantes de la guardería ABC, lo que le ha obligado a renegar de
 él como lo hizo el apostol Pedro con Cristo. Calla ante el sucio 
reparto de las candidaturas de su partido y la herencia socioeconómica y
 autoritaria-militar de Calderón, con sus decenas de miles de muertos, a
 la que pretende profundizar, sin reparar que es causante del descrédito
 del calderonismo-panismo y de su propia candidatura.
Vázquez Mota ha querido aprovechar su condición de mujer, como si 
ella le otorgara una misteriosa superioridad frente a los hombres, para 
granjearse las simpatías. Pero la diferencia biológica sólo da un macho y
 una hembra. Una mujer y un hombre son una construcción social, al igual
 que la ideología, la política o las relaciones de poder, cambiantes en 
el tiempo, como las sociedades, con sus valores y sus formas temporales 
de interactuar, de explicarse y enfrentar la realidad. Y los valores, la
 ideología, la posición política y demás de Josefina son reaccionarios, 
conservadores-clericales. Su hembrismo (dice que le sobran faldas
 y pantalones en el armario) es grotesco. Su retrógrada postura de 
cristera ama de casa ante el aborto, la diversidad sexual o la laicidad,
 chocan con los sectores progresistas. La exaltación de su “valor” para 
enfrentar la delincuencia (pasa por alto el fracaso calderonista y los 
montones de cadáveres) arrolla la inteligencia. Con mayor visión, la 
argentina Cristina Fernández prepara una ley que despenalizará el 
consumo personal de drogas como una realidad inevitable. Lo tratará como
 un problema social, mientras perseguirá a los verdaderos mafiosos. 
Josefina Vázquez  propone tratarlo penalmente endureciendo los castigos 
de aquéllos…
Es obvio que Cristina Fernández no es un ejemplo para Josefina, si 
se considera su pavloviana censura ante su decisión de retomar el 
control estatal de la industria petrolera argentina. La panista prefiere
 “bursatilizar” Petróleos Mexicanos y profundizar la rapiña empresarial.
Su ideal es Margaret Thatcher. Ella sí es “una figura 
revolucionaria” –dice–, porque que impusó la “liberalización económica, 
la desregulación del mercado laboral y financiero, la privatización de 
empresas estatales de los sectores energético, aeronáutico y el 
ferroviario”; porque “limitó el poder gubernamental y sindical”, es 
decir que doblegó a los trabajadores a palos y que ahondó la pobreza. 
También admira al criminal dictador Augusto Pinochet, porque “no se 
adjudicó el poder de alterar las leyes de la oferta y la demanda” y dejó
 el manejo de la economía “en manos de expertos”: los Chicago Boys. Lo demás es irrelevante.
Como se sabe, Thatcher y Pinochet, junto con Ronald Reagan, son los
 arquitectos del neoliberalismo, construido sobre otros montones de 
cadáveres y la generalización de la pobreza y la miseria mundial. Ese 
modelo capitalista que quebró a escala mundial en 2008 sin que Josefina 
Vázquez Mota se enterara. Es una verdadera fundamentalista.
Detrás de su sonrisa ya no aparece el gato, sino una crispada faz retrógrada, clerical, despótica, neoliberal.
Para su desgracia, Felipe Calderón y los grupos de poder la 
abandonaron a la suerte ante su fracaso. Más astuto Calderón prepara la 
trama inversa de Ernesto Zedillo frente a Vicente Fox. Le quita 
el piso a Vázquez Mota, como Zedillo lo hizo con Francisco Labastida; 
negocia su cabeza con los priístas y los llamados poderes fácticos y 
prepara el retorno del PRI al gobierno, a cambio de su impunidad 
personal y familiar.
Si es que los votantes no deciden otra cosa y destruyen la trama.
 
 
 
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