Periódico La Jornada
Viernes 27 de julio de 2012
Viernes 27 de julio de 2012
Conforme pasan las
semanas tras la elección del pasado primero de julio, se consolidan los
elementos de juicio para ponderar las gravísimas fallas en que incurrió
la institucionalidad electoral, así como los factores de distorsión de
la voluntad popular: el papel de los medios electrónicos y de las
dudosas encuestas en la inducción indebida de tendencias, la flagrante
inyección de recursos económicos para la compra de votos, el origen
opaco de tales recursos, la sistemática negativa del Instituto Federal
Electoral (IFE) a frenar las anomalías durante las campañas y, para
rematar, el desaseo tradicional en el manejo de la papelería y la
documentación empleadas en los comicios.
Las pruebas de distorsión electoral presentadas hasta ahora por el
Movimiento Progresista y su candidato presidencial, Andrés Manuel López
Obrador, han cimbrado a la opinión pública y hasta los medios que le son
tradicionalmente adversos han debido hacerse eco de tales
informaciones. Los componentes irregulares en la conformación de los
resultados oficiales favorables al abanderado priísta, Enrique Peña
Nieto, han terminado por generar la extendida certeza de que en el
primer semestre de este año el Partido Revolucionario Institucional
realizó una campaña inequitativa, opaca y posiblemente vinculada a la
comisión de delitos que culminó en una elección ajena a lo planteado en
el artículo 41 de la Constitución.En los días transcurridos desde la elección, el IFE, por su parte, ha terminado por exhibir una pacialidad incompatible con su tarea constitucional y legal. Ejemplo de ello es la acendrada e improcedente defensa en la que se enzarzó ayer el presidente del organismo, Leonardo Valdés Zurita, del cuestionado papel de las casas encuestadoras y de su presumible función no como presentadoras de tendencias electorales, sino como inductoras de ellas para favorecer al ex gobernador mexiquense.
La designación de un presidente interino por el Congreso significaría
aplicar el marco legal, no interrumpirlo ni alterarlo, toda vez que esa
vía está prevista con toda claridad en el artículo 84 de la
Constitución.
En la hora presente es necesario que los integrantes del TEPJF se
ciñan a la letra y al espíritu de la Carta Magna y de las leyes
electorales, para actuar con altura de miras y sentido histórico y
nacional; que no se limiten a despachar un trámite, sino que operen para
evitarle al país una nueva administración carente de legitimidad –como
la que está por terminar– y una fractura social de consecuencias
impredecibles.Cabe esperar que ese mismo espíritu florezca entre los legisladores y el conjunto de la clase política, independientemente de su signo partidario.
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