La Jornada En Línea
El Correo Ilustrado
Publicado: 19/02/2013
Publicado: 19/02/2013
El 19 de febrero de
2006 una explosión derrumbó un tramo de socavón en la explotación
carbonífera de Pasta de Conchos, lo que causó la muerte de 65 mineros
que se encontraban en el interior. En los días siguientes el Grupo
México, propietario de la mina, y el gobierno de Vicente Fox, ocultaron y
distorsionaron la información sobre lo que ocurría bajo la superficie
terrestre, obstaculizaron intentos de mineros por rescatar a sus
compañeros atrapados y, ante las críticas formuladas por el dirigente
del sindicato del ramo, Napoleón Gómez Urrutia, emprendieron una
persecución judicial en su contra que, hasta ahora, se ha exhibido como
injustificada.
Desde entonces, el gobierno de Fox y el de su sucesor, Felipe
Calderón, hicieron cuanto pudieron por encubrir lo que se ha ido
revelando como un crimen industrial con complicidades en la Secretaría
del Trabajo y Previsión Social (STPS): el consorcio propietario de la
explotación omitió en repetidas ocasiones la observancia de las medidas
de seguridad prescritas por esa dependencia federal, y ésta se abstuvo
de obligar a la patronal a establecerlas. Por otra parte, una vez que
fue evidente que las víctimas del accidente no podían estar con vida,
Grupo México intentó dividir a los deudos y acallarlos con ofrecimientos
de indemnizaciones ínfimas e indignas, y tanto la autoridad como la
empresa se negaron a emprender, e incluso a permitir, el rescate de los
cuerpos.A siete años de la tragedia no se ha realizado una investigación seria para esclarecer y deslindar las responsabilidades en que pudieron incurrir los directivos de la empresa y los funcionarios públicos que solaparon su indolencia; los deudos de las víctimas siguen esperando justicia y las prácticas de riesgo extremado e innecesario siguen siendo comunes en la minería mexicana, impulsadas por la desmedida avaricia de los inversionistas y administradores y por la ineficacia y la falta de voluntad de las autoridades.
Más allá de la necesidad de hacer justicia en torno a la tragedia de esa mina coahuilense, se requiere de una política laboral que contribuya a reducir en forma significativa los peligros que afrontan día con día los trabajadores del sector extractivo y establezca condiciones de trabajo que se distingan de la explotación inicua. Porque entre la miseria, el sufrimiento y el peligro en el que se desenvuelven los mineros, y las fortunas que amasan y multiplican los consorcios mineros nacionales y extranjeros, hay un contraste tan desmesurado que convierte en letra muerta la legislación laboral, contribuye a la degradación moral y pone en cuestión la existencia de estado de derecho y de normalidad democrática en el país.
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