Marcos Roitman Rosenmann
Cubanos que tramitan visas en el Departamento de Intereses de Estados
Unidos entregan sus identificaciones a un empleado del gobierno
estadunidense en La Habana
En el siglo XXI han surgido otros procesos políticos cuyo horizonte se enmarca en la revolución democrática, socialista y anticapitalista. Comparten haber nacido en los extramuros de la política institucional y ser resultado de una profunda crisis de representatividad de los partidos políticos tradicionales, sumidos en la corrupción y el descrédito. Son los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Si hacemos historia, en Venezuela Carlos Andrés Pérez, adalid de la socialdemocracia venezolana y latinoamericana, acabó imputado por malversación de fondos. Para evitar el bochorno carcelario acabó exiliándose en Estados Unidos. En Bolivia, el ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada siguió el mismo camino, junto con algunos ministros. Hoy radica en Estados Unidos. En Ecuador sucedió otro tanto. Democracia cristiana y socialdemocracia entraron en crisis. Entre 1996 y 2007, triunfo de Rafael Correa, presidentes corruptos, exiliados y golpistas, como Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad, Lucio Gutiérrez, Alfredo Palacios o Gustavo Noboa.
Los tres países nadan contracorriente, en medio de una marea neoliberal de capitalismo depredador y excluyente. Son la excepción que confirma la regla. Han ganado elecciones, sabotaje, intentos de golpes de Estado, sufrido la ira de las trasnacionales y el capital financiero y el acoso de los medios de comunicación social de medio mundo. Una campaña destinada a desprestigiar, caricaturizar a sus dirigentes y desconocer los logros sociales de sus revoluciones. Sólo tienen ojos, oídos y voz para manipular y distorsionar, y señalar el carácter populista de sus medidas. Son ejemplo de cómo desestabilizar países.
Los triunfos
electorales de la izquierda son el sello de identidad de los nuevos
procesos revolucionarios en América Latina. El único proyecto socialista
cuya legitimidad se asienta en la vía insurreccional es Cuba. Cumple
medio siglo de existencia y su andadura ha estado sometida a procesos
desestabilizadores. Nacida en el contexto de la guerra fría,
sufre aún sus consecuencias. Un bloqueo económico, político y comercial,
decretado en 1962 por la administración Kennedy, continúa,
obstinadamente, siendo el buque insignia de la política exterior de
Estados Unidos hacia la isla. El objetivo: aislar, ahogar y hundir la
revolución. Los hechos demuestran que ha fracasado.
Pero sus
consecuencias han sido devastadoras. Igualmente, se trató de poner fin a
la revolución enviando mercenarios. La invasión de bahía de Cochinos,
en 1961, acabó en derrota. En medio, el sabotaje, el boicot
internacional, los intentos de asesinato a dirigentes y una feroz
campaña de mentiras. Campaña anticomunista, en la cual participan
gobiernos, organismos internacionales, partidos políticos, comunicadores
sociales, ideólogos, ensayistas y periodistas. La lista es larga. Se
ataca por todos los flancos. Pero ahí sigue. Digna y gozando de buena
salud. Desde luego no todo es color de rosa. Existen contradicciones. La
revolución cubana está llena de errores, pero también de aciertos. Es
lo que tiene construir un proyecto sin recetario. Los cubanos saben
perfectamente cuales han sido sus virtudes y sus defectos. No hace falta
darles consejos desde la barrera sobre qué hacer, cómo caminar y hacia
dónde ir. Son mayores de edad y soberanos. Concluida la guerra fría,
se le auguró su fin. De ello ha pasado un cuarto de siglo y sigue.
¿Algo tendrá para los cubanos, que la hace perdurar en el tiempo?En el siglo XXI han surgido otros procesos políticos cuyo horizonte se enmarca en la revolución democrática, socialista y anticapitalista. Comparten haber nacido en los extramuros de la política institucional y ser resultado de una profunda crisis de representatividad de los partidos políticos tradicionales, sumidos en la corrupción y el descrédito. Son los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Si hacemos historia, en Venezuela Carlos Andrés Pérez, adalid de la socialdemocracia venezolana y latinoamericana, acabó imputado por malversación de fondos. Para evitar el bochorno carcelario acabó exiliándose en Estados Unidos. En Bolivia, el ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada siguió el mismo camino, junto con algunos ministros. Hoy radica en Estados Unidos. En Ecuador sucedió otro tanto. Democracia cristiana y socialdemocracia entraron en crisis. Entre 1996 y 2007, triunfo de Rafael Correa, presidentes corruptos, exiliados y golpistas, como Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad, Lucio Gutiérrez, Alfredo Palacios o Gustavo Noboa.
Los tres países nadan contracorriente, en medio de una marea neoliberal de capitalismo depredador y excluyente. Son la excepción que confirma la regla. Han ganado elecciones, sabotaje, intentos de golpes de Estado, sufrido la ira de las trasnacionales y el capital financiero y el acoso de los medios de comunicación social de medio mundo. Una campaña destinada a desprestigiar, caricaturizar a sus dirigentes y desconocer los logros sociales de sus revoluciones. Sólo tienen ojos, oídos y voz para manipular y distorsionar, y señalar el carácter populista de sus medidas. Son ejemplo de cómo desestabilizar países.
Seguramente nadie pude garantizar el destino de los tres gobiernos, menos si su legitimidad está ligada a la confianza ciudadana, el cumplimiento de sus programas y ganar elecciones de forma recurrente. Por ahora han logrado vencer los obstáculos y las resistencias. Pero las derechas se rearman, aprenden, adquieren experiencia en la retaguardia. Pero también disputan la vanguardia. No esperan pacientemente su turno. Salen a la calle, organizan y utilizan estrategias antes patrimonio de la izquierda. Movilizan y construyen plataformas en todos los espacios de la sociedad civil. Asociaciones juveniles, de género, étnicas, culturales, gremiales, ecologistas, antiabortistas, religiosas o empresariales. Se vuelven protagónicas. No se conforman con negociar en la trastienda. Allí obtenían los réditos políticos. Concertaban con las dirigencias políticas y las élites del resto de partidos los cambios y las concesiones a derecha e izquierda.
Pactos de caballeros.
Los gobiernos de izquierda venezolano, ecuatoriano y boliviano no han caído en esta dinámica. No han traicionado sus programas, lo cual no descarta estas prácticas políticas ancestrales. Pero dichas costumbres no deben hipotecar el futuro en la nocturnidad de pactos espurios. Es por ello que su fuerza se convierte en su gran debilidad. En cualquier momento las mayorías sociales pueden cambiar de opinión. Sobre todos si son acosadas, hostigadas y llevadas al agotamiento de la paciencia política. Es decir, desabastecimiento, boicot, mercado negro, etcétera. Eso tiene ganar elecciones, que también se pueden perder. Sin embargo, no es lo mismo una derrota cuando está en juego un proyecto democrático, socialista y de justicia social. Las derivas son múltiples. Entre ellas, la involución política y pérdida de derechos ciudadanos, étnicos, económicos y culturales. Volver al pasado no es opción, pero sí una posibilidad para la derecha.
La involución y la reversibilidad son factor de riesgo que debe contemplarse si queremos que los actuales procesos de liberación anticapitalista, soberanía y democracia no sean un espejismo que se disuelva como un azucarillo en el agua. La pregunta es pertinente: ¿se podrán seguir ganando elecciones indefinidamente?
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