Foto: Cristina Rodríguez/ archivo La Jornada |
Luis Hernández Navarro
El 2 de mayo de 2010,
Pablo González Casanova intervino en la sesión inaugural del Foro
Social Mundial temático 2010 en Ciudad de México. Dedicó su
presentación al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), a los campesinos de San Juan Copala y a Atenco.
No fue un gesto cualquiera. La solidaridad con el
sme no estaba de moda. A la intensa campaña desatada desde el poder en
contra de los electricistas se sumaron sectores de la izquierda
intelectual, a quienes los trabajadores les parecen privilegiados y su
sindicato rancio. Pero a don Pablo le ha tenido sin cuidado nadar
contra la corriente de lo “políticamente correcto”. Ante el
levantamiento zapatista, la entrada de la policía para romper la huelga
estudiantil en la unam y la revolución cubana (por citar sólo tres
ejemplos entre muchos otros), él ha dicho lo que piensa, no lo que se
espera que diga. Don Pablo orienta su acción política por sus principios
y su reflexión teórica, no por modas. Y con el sme le une lo que él
ha caracterizado como “sentimientos intelectuales”. Su padre mantuvo
reuniones frecuentes con integrantes de ese sindicato y él mismo
participó en su revista Lux, redactando crucigramas, y escuchó a dirigentes de ese gremio, como Francisco Breña Alvírez, conversar sobre el socialismo.
González Casanova defiende las causas en las que
cree sin sacrificar su independencia, sin plegarse a la razón de Estado
o a la razón partidista. Aunque se ha definido como un intelectual
orgánico de la Universidad, es celoso de su independencia frente al
propio medio intelectual y los distintos ámbitos académicos, así como
frente a las comunidades intelectuales más reducidas de especialistas,
de afinidades políticas y los medios de comunicación.
En la misma reunión en la que expresó su apoyo
público a la causa del sme, abordó temas candentes sobre la lucha por
la emancipación social actual. Lo hizo con rigor analítico y pasión
política. Dijo que la construcción de un mundo diferente no será posible
sin antes definir dos ejes: que el capitalismo no solucionará los
problemas del planeta, y que las organizaciones y luchadores deben
incluir a todos los pobres de la Tierra y a los que están con ellos,
aun a “los que han sido diabolizados por la izquierda institucional”.
De otra manera, alertó, “nos pasaremos hablando la vida de otro mundo
posible, hasta que el imperialismo de varias cabezas acabe con el mundo
en que vivimos y la tierra que habitamos”.
Pablo González Casanova durante el encuentro de intelectuales con zapatistas en el DF, 12 de marzo de 2001 Foto: Alejandro Meléndez/ archivo La Jornada |
Invitó a asumir con urgencia la necesidad de
definir un proyecto común de quienes luchan por otro mundo. “Manifestar
nuestros puntos de unión ‒dijo‒, formular proyectos de acción conjunta e
inmediata en torno a ellos, el respeto cabal, el respeto total a la
autonomía de los participantes, individuales y colectivos. Debemos
definir acciones concretas con fuerzas concretas que están luchando por
la paz, la justicia y la libertad. Definiendo a esas fuerzas nos
definiremos nosotros.”
Don Pablo, es preciso recordarlo, no es un joven
estudiante universitario formado en algunas lecturas de marxismo de
manual, ni el dirigente de algún partido leninista, sino un intelectual
de noventa años de edad, exrector de la unam, fundador de la
sociología mexicana, laureado con varios doctorados honoris causa
y reconocido como uno de los grandes pensadores contemporáneos de
izquierda. Un académico a quien hace tres o cuatro décadas figuras del
mundo intelectual y político que hoy militan abiertamente en las filas
de la derecha, lo acusaban despectivamente de ser “demócrata”.
A sus noventa, González Casanova expresa con toda
claridad el sentir de nuestra época. Su pensamiento atiende las
demandas de explicación de una etapa extraordinariamente compleja, de
cambio, de seguridad espiritual, de cohesión, de reconocimiento, de
amplios sectores sociales reales (no imaginarios). Sus obras son una
herramienta privilegiada para la crítica del poder y la enunciación de
la verdad en nombre de los oprimidos. Su obra ha gestado un horizonte
intelectual para la izquierda social y un nuevo cuadro ideológico que
ayudan a recomponer y reformular el alimento espiritual de los sectores
más activos de la izquierda. Su trabajo proporciona un buen
conocimiento de la realidad, condición indispensable para la acción
política y social. Finalmente, en un momento de desánimo social, sus
reflexiones coadyuvan a elaborar proyectos alternativos frente a los
males del orden establecido.
El fin del intelectual clásico
Desde finales del siglo pasado vivimos una época en
la que la influencia de los intelectuales en los asuntos públicos, tan
importante en otras épocas, ha disminuido sensiblemente. Muchos de
ellos se reciclaron transformándose en expertos y tecnócratas.
Desplazados de la tarea de formar la opinión pública por el príncipe
electrónico, han buscado convertirse en intelectuales mediáticos. Se
han vuelto así una especie hecha de celebridades, aunque a quienes
aparecen como editoralistas en las barras de opinión de los telediarios
se les vea pero no necesariamente se les escuche. Publicidad,
información y entretenimiento se han vuelto, por obra y gracia de la
televisión comercial, una sola cosa. De la mano de ella, muchos
intelectuales son ahora comentaristas y aduladores de los poderes
establecidos.
Pablo González Casanova, Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador durante mitin en la UNAM en junio de 2000 Foto: José Carlo González/ archivo La Jornada |
La prensa escrita que representa los intereses
más conservadores les brinda a los profetas del fin de la utopía amplia
cobertura. En ella difunden sus opiniones y publican sus artículos. Sin
embargo, a pesar de su reciente protagonismo, hacen agua. Dedicados a
servir al príncipe, no tienen nada que ofrecer a los pueblos. Quienes
los escuchan son, apenas, sus audiencias de siempre. Sus opiniones
están lejos de normar criterios o legitimar conductas. A lo sumo,
alimentan prejuicios. Al metamorfosearse de esa manera, los
intelectuales de la pantalla chica se han ido devaluando.
En una época de expertos, tecnócratas e
intelectuales mediáticos como la que vivimos, ¿qué papel desempeña un
intelectual de izquierda como Pablo González Casanova?, ¿qué espacio
tienen sus ideas y su quehacer?, ¿qué puede recuperarse de su obra que
tenga sentido para explicar lo que sucede hoy en día?
No son preguntas ociosas. El exrector ya sufrió, en
el marco de la huelga universitaria de 1999-2000, la sentencia del
tribunal televisivo por su decisión de renunciar a las dirección del
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y
Humanidades, como protesta por la entrada de la policía a la unam. Al
analizar el papel de los medios electrónicos en el conflicto, escribió
en La Jornada: “La televisión actual nos impide ver los
problemas sociales para resolverlos. Convierte los problemas sociales en
problemas individuales, penales, policiales y militares.”
Don Pablo juega un papel central en el actual
debate latinoamericano. Su visión de la realidad continental (y del
mundo actual) y de los sujetos emancipatorios, es de gran actualidad.
Literalmente, su producción teórica, por más debatible que pueda
resultar en algunos aspectos, es de una enorme importancia en esta
época.
González Casanova mantiene viva la idea del
intelectual moderno, nacida en Francia con el filósofo ilustrado del
siglo xviii, y con el Émile Zola de Yo acuso (1898), con motivo
del caso Dreyfus. Es un intelectual que, como advirtió Michel Foucault
en una entrevista de junio de 1975, es universalista (capaz de
pronunciarse sobre multitud de asuntos), prescriptivo (fija sin
ambigüedad lo que cree que está bien y lo que está mal) y profético (Le Monde, 19-20/ix/2004).
Don Pablo es un intelectual de izquierda, es decir,
es un pensador y un científico social que muestra preocupación por los
problemas de la sociedad y del mundo desde el punto de vista de valores
como la justicia social, la solidaridad y la lucha contra las
desigualdades, la oposición a las variadas formas de colonialismo, el
imperialismo o la opresión, la emancipación de las mujeres, el rechazo
del racismo y de la xenofobia, la defensa de la laicidad y la denuncia
de la arbitrariedad. Aporta lucidez, rigor y creatividad en la tarea
propiamente intelectual, justicia en sus juicios y un compromiso
práctico para mejorar la sociedad.
En la inauguración del Encuentro en Defensa de la Humanidad junto a Rigoberta Menchú, Gilberto López Rivas y Evo Morales, entre otros, 24 de octubre de 2003 Foto: Carlos Ramos Mamahua/ archivo La Jornada |
Es, además, un pensador que se ensucia las
botas. Lo mismo viaja a Chiapas y escucha pacientemente y con respeto
durante horas las intervenciones de activistas de todo el país, que se
traslada a Cuba para analizar las dificultades de la construcción del
socialismo. Indistintamente imparte la conferencia inaugural de un
seminario sobre el pensamiento de Carlos Marx en Francia, que habla
ante una asamblea de obreros y campesinos sobre el futuro de México y
la tragedia de la nueva ocupación estadunidense del país. Nada que ver,
pues, con la idea común que sobre los intelectuales se tiene en muchos
sectores de la población y que expresó el finado músico Rockdrigo
González en su canción “Los Intelectuales”: “En un extraño lugar
retacado de nopales/ había unos tipos extraños llamados intelectuales/
no sabías si eran marcianos, mexicanos o europeos/ ángeles, diablos o
enanos, cardíacos o prometeos.”
González Casanova es la excepción a la regla escrita por Ryszard Kapuscinski en Lapidarium i
para describir el comportamiento de los hombres de la cultura del
hemisferio. Según el cronista polaco: “Un rasgo característico de la
evolución política del intelectual latinoamericano es que por lo
general empieza en la izquierda y acaba en la derecha. Empieza
participando en una manifestación de estudiantes contra el gobierno y
acaba de ministro. Recorre el camino de joven rebelde a viejo burócrata.
En ninguna otra parte del mundo es tan profundo el abismo que se abre
entre la juventud y la vejez, entre el comienzo y el fin de una
biografía.” A sus ochenta y ocho años, don Pablo es el mismo que
siempre ha sido, Incluso, algunos dirían que es aún más radical.
América Latina y sus intelectuales
En América del Sur la clase política que representa
a la derecha vive un pronunciado retroceso. Salvo el caso de Colombia
y, en mucha menor medida de Perú, no cuenta con figuras de peso
relevante. Pero el caso colombiano está marcado por sus vínculos con el
narcotráfico y los paramilitares. Tan es así que ni siquiera cuenta con
las simpatías de muchos legisladores estadunidenses.
No hay en la derecha continental una sola figura
política que pueda hacer frente a los personajes que hoy conducen
gobiernos de izquierda o de centroizquierda en el área. Los políticos de
la derecha sudamericana carecen de credibilidad. Por el contrario, la
clase política progresista, más allá de sus claroscuros, gana una y
otra vez elecciones. Todos ellos tienen orígenes diversos. Hugo Chávez,
de Venezuela, es militar; Evo Morales, de Bolivia, es un indígena,
sindicalista de productores de hoja de coca; el derrocado presidente de
Paraguay, Fernando Lugo, fue obispo católico; Rafael Correa, de
Ecuador, es un doctor en economía egresado de la Universidad de
Illinois, en Estados Unidos; José Mújica, en Uruguay, es un antiguo
guerrillero; Dilma Rousseff, de Brasil, fue guerrillera y su antecesor,
Luiz Inácio Lula da Silva, fue obrero metalúrgico. Es por eso que la
derecha ha tenido que recurrir a sus intelectuales para dar la batalla
en el continente. Carente de políticos prestigiados y reconocidos, ha
debido echar mano de sus hombres de ideas para combatir lo que califica
de ascenso en la región del indigenismo radical, la izquierda marxista
y el populismo. Curiosa ironía: la derecha, una fuerza
tradicionalmente antiintelectual, ha tenido que recurrir a los
escritores para enfrentar a la izquierda.
El subcomandante Marcos saluda a Pablo González Casanova al término de la conferencia colectiva en el Primer Coloquio Internacional In Memoriam Andrés Aubry, San Cristobal de las Casas, Chiapas, 13 de diciembre de 2007 Foto: Víctor Camacho/ archivo La Jornada |
Más allá de sus diferencias, intelectuales de la
derecha, como Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze y Jorge Castañeda (por
citar a algunos), comparten un odio visceral hacia Cuba, Fidel Castro
y, ahora, Hugo Chávez. El mandatario venezolano es el nuevo blanco
favorito de sus críticas. No le perdonan que gane elecciones una y otra
vez, ni que impulse su proyecto de socialismo del siglo xxi.
Usualmente evitan definirse a sí mismos como de derechas. Prefieren
presentarse como liberales (en la acepción estadunidense de la palabra)
y democráticos. Pero su pensamiento y su práctica son conservadoras.
En los hechos, defienden el neoliberalismo y se oponen a las luchas
emancipadoras. Varios de ellos son conversos que han tirado por la
borda su pasado en la izquierda y ahora se asumen como los profetas del
fin de la utopía. Algunos han intentado incursionar en la política con
malos resultados. Como puede verse con facilidad en México, su paso
por la administración pública ha sido desastroso.
Sin embargo, a pesar de sus opiniones, por todos
los rincones de la región florecen proyectos emancipadores. La lucha
indígena es imparable. El marxismo crítico renace con dificultades. Los
movimientos sociales ponen en jaque a las oligarquías. La crisis
económica hundió al Consenso de Washington y con él hacen agua quienes
navegaban en ese barco decretando que era la única opción viable.
Irónicamente, los avances de la izquierda política y
social en América Latina no tienen ‒salvo en casos como Uruguay‒
correspondencia con su influencia en el mundo de la cultura y la
academia. El pensamiento progresista dentro de la intelectualidad
renace con dificultades. Sin embargo, en un momento de enorme
protagonismo popular y conquistas electorales, el enorme prestigio e
influencia de los que disfrutó el marxismo en las universidades y entre
los artistas latinoamericanos a fines de los sesenta y comienzos de
los setenta se ha desvanecido. El campo cultural progresista es terreno
de choque y disputa entre los restos del marxismo neandertal y la
teoría crítica renovada.
Es en este contexto que debe evaluarse la
actualidad del pensamiento de Pablo González Casanova y su autoridad
moral y política entre quienes protagonizan los procesos de
transformación social. Él desempeñó un papel muy relevante en el
nacimiento y convocatoria de la red En Defensa de la Humanidad. La red
reúne a hombres y mujeres de la cultura, la academia, el periodismo y
las bellas artes en el continente para frenar, en el terreno de la
cultura, la ofensiva imperial y apoyar las luchas de liberación en el
continente. Esta iniciativa tuvo una de sus principales fuentes de
inspiración en el Congreso Mundial contra el Fascismo, celebrado en
1937 en España, en plena Guerra civil. Los organizadores ‒entre los que
se encontraba don Pablo de manera destacada‒ consideraron que la
ofensiva imperial que para reestructurar territorios y capitales desató
el imperio a raíz de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, tiene
grandes semejanzas con los desafíos que el planeta enfrentó con el
ascenso del nazismo.
Participación en el Foro Social Mundial 2008, en ciudad de México, 22 de enero de 2008 Foto: María Meléndrez Parada/ archivo La Jornada |
González Casanova ha sido un estudioso de
América Latina (y del Tercer Mundo). Profundamente influido por la
Revolución Cubana y por la experiencia de la Unidad Popular de Salvador
Allende en Chile, se ha involucrado activamente en la región. Sus
reflexiones están tocadas por las olas subterráneas provocadas en toda
el área por el triunfo del pueblo cubano. Su autoridad intelectual en
el continente tiene como sustento, más allá de su compromiso con las
luchas de liberación de la región, una vasta labor académica. Es así
como coordinó los volúmenes América Latina en los años treinta (1977) y América Latina: historia de medio siglo (1925-1975) (1977); interpretó la historia contemporánea del continente desde la del eje del imperio en Imperialismo y liberación en América Latina (1978); editó Historia del movimiento Obrero en América Latina (1984-1985) e Historia política de los campesinos latinoamericanos (1984-1985), Cultura y creación en América Latina (1984); escribió además El poder del pueblo (1986) y coordinó El Estado en América Latina: teoría y práctica (1984).
Una nueva forma de pensar al país
Pablo González Casanova inventó una nueva forma de
comprender y de estudiar a México. Muy probablemente dentro de
cincuenta años lo leerán de la misma manera en la que hoy leemos con
actualidad Los grandes problemas nacionales, de Andrés Molina Enríquez. Como lo ha señalado Lorenzo Meyer, La democracia en México
es el primer gran estudio general del sistema político contemporáneo
hecho por un mexicano, desde una perspectiva mexicana y académica. El
libro colocó en el centro del debate nacional una agenda de
investigación y una metodología para conocer al país. Inauguró líneas
de investigación y reflexión sobre la realidad nacional vigentes hoy en
día, y estableció un momento clave en el desarrollo de la sociología:
el de la plena madurez de las ciencias sociales en México y el fin de
los monopolios de los estudios extranjeros sobre el país.
Hasta antes de La democracia en México
muchos de los más importantes análisis sobre la sociedad y la política
mexicanas habían sido realizados por extranjeros, sobre todo por
estadunidenses. Desde México se habían elaborado muchos ensayos
interpretando al país desde la literatura, prescindiendo de estudios
empíricos. Algunos marxistas, como Lombardo Toledano y José Revueltas,
analizaron la estructura económica y social desde la perspectiva de la
Revolución Mexicana. Trabajos pioneros como La estructura social y cultural de México (1951) de José Iturriaga, y La industrialización de México (1954) eran hechos excepcionales y limitados.
González Casanova integró, con gran imaginación, la
sociología estadunidense con el marxismo, la historia y la
estadística. Reflexionó creativamente sobre el marginalismo, el
colonialismo interno, las sociedades duales, para analizar la relación
entre modernización y democracia, y entre economía y política. Concluyó
que la falta de democracia producida por la explotación y el
colonialismo interno impedía al país caminar hacia una democracia
representativa y el desarrollo.
Pablo González Casanova abraza a Rosario Ibarra después de que ambos recibieran reconocimientos en el marco de la 6 Conferencia Sindical Nacional, 14 de septiembre de 2012 Foto: Yazmín Ortega Cortés/ archivo La Jornada |
Pero, a pesar de su adscripción universitaria,
González Casanova ha ido más allá de las aulas para seguir desarrollando
su labor de investigación. En una época como ésta, en la que una parte
muy importante del pensamiento vivo se encuentra lejos de los
circuitos intelectuales tradicionales, don Pablo ha marchado hasta
donde se localiza el laboratorio de sueños emancipatorios: abajo y a la
izquierda. Hasta allí va el maestro, sea para escuchar y aprender, sea
para hablar y enseñar. Frente a una academia prisionera de la lucha por
los puntos y el deslumbramiento de las pantallas de televisión, el
profesor sigue caminando una y otra vez entre las barricadas de los que
resisten. Para esos sectores, su liderazgo intelectual es
indiscutible. Nunca ha sucumbido a los cantos de sirena del poder.
A sus noventa años, don Pablo mantiene la misma
curiosidad epistemológica de siempre y el mismo rigor analítico. Con
sentido común e inteligencia ha sabido mantener la frágil conjunción de
compromiso y distancia, de aproximación y alejamiento del objeto del
compromiso. Es, con mucho, uno de los más grandes intelectuales
latinoamericanos.
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